WASHINGTON, D.C. – On November 10, the Vatican released the Report detailing the Vatican’s knowledge, decision-making, and investigation related to former Cardinal Theodore Edgar McCarrick from the years of 1930 to 2017. According to Vatican officials, this report was prepared by the Secretariat of State by mandate of Pope Francis.
After his complete reading of the report, Washington Cardinal-Designate Wilton Gregory today released the following statement:
As Archbishop of Washington I naturally began reading the long and difficult report on the Vatican’s investigation of Theodore McCarrick with a keen personal interest in how our beleaguered Archdiocese would be portrayed. Almost immediately, though, as anxious as I had been to learn what might be revealed about this local Church I have come to love so much, I realized this was exactly the wrong approach.
In the end, this tragic chronicle is not primarily about individual dioceses. It is about unconscionable human violation and the pain that too many people endured at the hands of a deceitful man who only pretended to want what was best for them in order to get what he wanted for himself. Further, it is about leaders – Catholic leaders – who upon their ordination promised our Heavenly Father that they would always put His precious people first; yet, through failures of competence, communication and culture, they seem to have completely mismanaged what they came to know about this devious man.
The Vatican’s report demands to be viewed through the eyes of the survivors and their loved ones without prejudice to where they may have first encountered Theodore McCarrick or where they may be today. As has happened too often in recent history, it revealed to me and to you dark corners of our Church of which I am deeply ashamed and profoundly angry – again. It pushed into sunlight a culture that has too often served not to build up our cherished Catholic Church – Jesus Christ’s greatest Gift to us – but to undermine it, far beyond the amoral ecclesiastical tenure of a single fallen cleric. Those of us in leadership have too often failed to understand, to acknowledge, to respond to, and to prevent the damage done to our innocent faithful – minors and adults.
In the report there were mercifully no revelations of sexual abuse alleged to have been perpetrated in this Archdiocese, and while I am of course grateful for that, it provides little comfort. I promise you with all my heart that our vigilance in the Archdiocese of Washington will continue – we will support the healing of those who have been harmed, our protocols for reporting and responding to these crimes will continue unabated and with renewed vigor, our safe environment efforts on behalf of those of every age will reflect the very best practices available.
Even so, as I read the Vatican text I felt such deep sorrow for those who should have been able to rely on the ministers of Christ’s Church to protect and respect them. Instead they found themselves abused by a man who may have been outwardly charming and gregarious, but who allowed himself to be motivated by his own sinful gratification rather than the diametrically opposite Gospel call to go and make disciples for Jesus Christ. For a priest of His Church there can be no greater failing, except possibly to be aware of such incongruity and, in response, do nothing.
Persons who communicated anonymously about McCarrick’s behavior must have feared retribution from the structures and persons that shielded him. When harm is being done in the Name of the Holy Catholic Church, one must never again feel constrained to come forward and speak out. Pope Francis has already put into place procedures designed to uncover the truth in such cases of clerical and hierarchical wrongdoing.
The Church has taken a step forward, albeit much delayed, in looking honestly at both this particular case and at the future of ecclesial accountability. How large and how enduring a step remains to be proven to the countless people we have disappointed. There are challenges to our integrity that must be overcome before we can move forward, and yet paradoxically it seems we can’t move meaningfully forward until that integrity is restored. This will require time and transparency, contrition and commitment, prayer and reconciliation, authenticity and humility. I humbly beg for God’s Mercy for myself and for my brothers in the episcopacy. I implore our Heavenly Father to shower His Grace upon all whose faith has been tested too often by what we have done and what we have failed to do.
Oh my God, I am heartily sorry for having offended Thee, and I detest all my sins because of Thy just punishments, but most of all because they offend Thee, my God, who art all good and deserving of all my love. I firmly resolve, with the help of Thy grace to sin no more and to avoid the near occasion of sin. Amen.
(En Español):
En mi carácter de Arzobispo de Washington, comencé naturalmente a leer el largo y difícil informe sobre la investigación llevada a cabo en el Vaticano sobre Theodore McCarrick, con gran interés personal acerca de cómo quedaría proyectada la imagen de nuestra atribulada Arquidiócesis. No obstante, casi de inmediato, y por más deseoso que estaba por enterarme de lo que pudiera revelarse de esta Iglesia local que he llegado a amar tanto, me di cuenta de que esta no era precisamente la actitud más correcta.
Al fin de cuentas, esta trágica crónica no se trata principalmente de diócesis individuales. Se trata de una violación humana inconcebible y del dolor que demasiadas personas soportaron a manos de un hombre deshonesto que fingió querer lo mejor para esas personas con el fin de obtener aquello que únicamente quería para sí mismo. Además, se trata de quienes ostentan autoridad —autoridades católicas— que en el momento de su ordenación prometieron a nuestro Padre Celestial que siempre pondrían en primer lugar al amado pueblo de Dios; pero incurriendo en fallas de competencia, comunicación y cultura, llegaron a efectuar una pésima gestión de cuanto les fue notificado acerca de este perverso hombre.
El informe del Vaticano exige ser leído con los ojos de los sobrevivientes y sus seres queridos, sin perjuicio de dónde hayan encontrado por primera vez a Theodore McCarrick o dónde estén hoy en día. Como ha sucedido demasiadas veces en la historia reciente, se nos ha revelado a mí y a ustedes que hay rincones oscuros en nuestra Iglesia de los que estoy sumamente avergonzado y otra vez profundamente indignado. Ha salido a la luz del sol una cultura que con demasiada frecuencia ha servido, no para edificar nuestra querida Iglesia católica —el don más grande que Jesucristo nos ha otorgado— sino para afrentarla, mucho más allá del amoral desempeño eclesiástico de un solo clérigo caído. Son muchas las veces que cuantos ostentamos cargos de autoridad fallamos en entender, reconocer, reaccionar y evitar el daño causado a nuestros fieles inocentes, menores y adultos.
En el informe no hubo afortunadamente revelaciones de los presuntos abusos sexuales perpetrados en esta Arquidiócesis, y aun cuando por supuesto estoy agradecido por ello, es escaso el consuelo que ofrece. Les prometo con todo mi corazón que no mermará la vigilancia en la Arquidiócesis de Washington y que no cesaremos de trabajar para la sanación de quienes han sido lesionados; que nuestros protocolos para informar y reaccionar frente a estos delitos proseguirán sin tregua y con renovado vigor; que nuestra labor en materia de entornos seguros para proteger a todas las personas de todas las edades seguirá cumpliéndose de acuerdo con las mejores prácticas disponibles.
Aun así, mientras leía el informe del Vaticano sentí un profundo pesar por aquellos que deberían haber podido confiar en que los ministros de la Iglesia de Cristo los protegerían y los respetarían. Pero lo que encontraron fue el abuso por un hombre que tal vez era externamente encantador y sociable, pero que se dejó arrastrar por su propio deshonroso afán de satisfacción en lugar de seguir la diametralmente opuesta llamada del Evangelio a salir y hacer discípulos para Jesucristo. Para un sacerdote de la Iglesia de Cristo no puede haber mayor fracaso que este, excepto posiblemente el ser consciente de tal despropósito y no hacer nada al respecto.
Las personas que dieron informes anónimos sobre el comportamiento de McCarrick seguramente temían represalias por parte de las estructuras y de aquellos que lo protegieron. Cuando se comete daño en el nombre de la Santa Iglesia Católica, nunca más debe uno sentirse restringido de presentarse y expresarse. El Papa Francisco ya ha establecido procedimientos destinados a revelar la verdad en los casos de actos ilícitos que cometan los miembros del clero y la jerarquía.
La Iglesia ha tomado medidas, aunque con bastante retraso, para analizar con honestidad tanto este caso particular como otros de futura responsabilidad eclesial. ¡Qué enorme y persistente es el paso que nos queda por dar ante las innumerables personas a quienes hemos decepcionado! Hay cuestionamientos respecto de nuestra integridad que deben resolverse antes de que podamos avanzar y, sin embargo, paradójicamente pareciera que no podemos avanzar de modo considerable mientras no se restablezca esa integridad. Esto requerirá tiempo y transparencia, contrición y compromiso, oración y reconciliación, autenticidad y humildad. Imploro con toda humildad la Misericordia de Dios para mí mismo y para mis hermanos en el episcopado. Le ruego a nuestro Padre Celestial que derrame su gracia sobre todos aquellos cuya fe ha sido puesta a prueba con demasiada frecuencia por aquello que hemos hecho y por lo que no hemos hecho.
Oh, Dios mío, me arrepiento de todo corazón por haberte ofendido. Detesto todos mis pecados debido a tu justo castigo, pero más que nada porque te ofenden a ti, mi Dios, que eres todo bondad y merecedor de todo mi amor. Firmemente resuelvo, con la ayuda de tu gracia, no pecar más y evitar las próximas ocasiones de pecado. Amén.
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